Olor de Venecia y pubis
humificando la estancia
viste al girasol gigante
que asoma por la ventana
mientras los cristales siembran
rumores de la calzada,
que el mundo se ofrece vivo
como el bosque a las mañanas,
lo mismo que yo me ofrezco
enloquecido de magia
a contemplarla sinuosa
como sirena varada
en el corazón de todas
y cada una de las playas
mientras duerme silenciosa,
tendida sobre la cama,
como una duna de arena
bajo quietas olas blancas.
Yo a ella la miro despierto
de afrodisíacos y arpas,
mil avisperos describen
pasiones abiertas y altas,
mi vientre se excita raudo
de erótica y silenciada
yedra del escalofrío
por su piel desparramada
y en mi entrepierna, la fiebre,
bebe un éxtasis de salvias
por la canela en dos muslos
de sus piernas destrenzadas.
Minerva en sus labios cierra
gemidos de madrugada
que resuenan en mi mente
en redobles de campanas
y en triple sangre de mayo
sus uñas apasionadas
abrieron melocotones
bajo la piel de mis cachas.
Yo a ella la miro despierto
conclusa de una algazara,
espesura en los corales
del cabello en su piel blanca,
lazos tibios en el hombro
susurrándole a la almohada,
color de aceite y Egipto
sobrevolando su espalda,
cuatro silencios calientes
en las rutas de sus nalgas,
y una aureola en su torso
de hoguera recién quemada.
Duerme mi chica en el lecho,
como un pétalo en el agua,
con medio cuerpo desnudo
y una noche, en sus pestañas
de enfurecidos volcanes
y luces de luna en llamas.
Sangre de pantera gruñe
bajo las tumbas heladas.
Duerme mi chica en el lecho
con trenzas enmarañadas
recogiendo en su regazo,
de sombras y de terrazas,
dos pechos entre los brazos
o densísimas manzanas,
dos manantiales sin pozo
o desiertos llenos de agua.
Hay dos copas en la mesa
su ropa en toda la casa,
la sombra de ojos reviste
sus mejillas reposadas,
tiene océanos sin olas
dibujándole la cara,
corrientes de la marisma
en sus tetas excitadas
y alrededor del tobillo
un pequeñísimo tanga
con una gota de semen
y dos burbujas de cava.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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