Ojalá que cuando decidas irte te vayas
y que no te tiemblen los pies
ni mires hacia atrás
para que no descubras el sendero que atravesaste
y que ahora ya no está.
Ojalá recuerdes que
del amor no hay libro ni
regla escrita; ni mal fiero
que el destino retribuya.
Tu espina tiene dos filos,
mi senda ningún retorno.
Ya ni mires hacia atrás
pues no hay nada
tuyo aquí.
Ojalá... sí, ojalá.
Ojalá no olvides lo que mi amor te dio,
ojalá no recuerdes que te fuiste lejos,
ojalá que te vayas sin heridas,
porque aquí no dejaste ni un adiós,
sólo un beso en mis labios,
que apuntó a ser marcado por el camino,
tan oculto como la oscura noche,
ojalá te vayas como llegaste,
porque aquí no te quiero más...
Ojalá recuerdes lo que tu amor me dejó,
ojalá memorizes la cicatriz perpetrada en mi alma,
por todos tus deseos y ojalás,
porque para mí no fueron deseos sino solicitudes de cariño,
que siempre respondía con dedicación y apego,
y me hacían escribir fogosos versos lagrimeantes,
pero de qué me sirvió pedir con manos juntas al cielo tu
presencia,
si tu ojalá cincelaba en mi corazón como piedra que me
marchara y tu libertad otorgara,
y ojalá no pase otro, por lo que tú me hiciste pasar,
ojalá.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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