Allá donde voy con semblante perdido,
es la tierra de las flores,
un horizonte de albores
que te esconde al otro lado del destino.
Sólo quedan margaritas para un ramo,
un ramo de despedida,
agotada mi sonrisa
me enamoro de un amor ya consumado.
Socavo la tierra con desnudas manos,
de un manantial de agua clara
surge el llanto en la mirada
con nubes de tiempo cumplido y descanso.
He gastado mis fuerzas por un vacío,
he mirado en mi interior
buscando causas de amor
y he guardado en mi cama el eterno frío.
Si le pongo cara al viento me golpea,
la vida fluye en corriente
como una pluma en torrente
y el amor en mil cascadas se despeña.
Rueda que va rodando sin un camino,
fuerza que va consumiendo
al alma que va corriendo
de espaldas a parábolas del destino.
Noches y días se embarullan, se pierden
en zancadas por el tiempo
y aquel, como yo, queriendo,
no sobrepasa el portón de los edenes.
Allá donde voy no hallaré las palabras
que me consuelen la pena
de estar portando condena
por amar y haber amado en la esperanza.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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