Mi abuela me decía
siempre tienes que obrar con los cinco
sentidos
todas las mañanas
tras los cristales cruzaban lenes hebras de
luz
y risas peregrinas invitando a la provocación
¿qué fue aquello?
es que aún evoco el delirio
que me provocaba aquella incitación
como una efusión de agua brotando de un
manantial
para saciar la sed de mis fantasías llameantes
también recuerdo una sombra de nostalgia
que recién puedo nombrarla
nostalgia de gaviotas fundiéndose en el
paisaje
y sobre la playa mi nombre
multiplicándose en muchos nombres
ahora también entiendo
que todos los días los sueños cambian
desde acuarelas tan sublimes como un prisma
relumbrante
hasta el oscuro ornamento de un siniestro
garabato
todo pasa mientras la brisa abanica los
bosques
y el tiempo transita mansamente entre los
soles
en el huerto de la tarde
la memoria está casi vacía
dos o tres rostros, alguna lejana caricia
un oblicuo rayo de sol bañándose en el río
el rumor de las abejas en sus barrocos panales
los astros tiritando en las noches de verano
y los perros zanganeando los domingos en el
parque
el fulgor se desvanece
como el hálito de los anhelos,
nunca más aquellas ciruelas ardientes
aferradas al ramaje
nunca más aquellas huellas
acompañándome en la travesía
nunca más aquellos pájaros azul añil
dándole cuerda al mundo con la más radiante
insolencia
los años nos hacen más sesudos
/ el costo de la aproximación a la muerte /
caminamos mirando cada vez más a la tierra
preguntándonos si bajo las huellas está el
destino
muchas veces me pregunto
¿por qué esa necesidad de rememorar historias
como si volviera desde el pretérito?
un aroma irrenunciable
un paisaje imborrable
un sabor inmemorial
un abrazo irrevocable
ahora lo entiendo
recién puedo comprender los sentidos por su
nombre
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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