Te pregunté una tarde que moría,
Como fuera tu vida o la mía, si nos faltáramos,
Y te quedaste mirando extrañada hacia mis
ojos,
Cuando era mi Alma la que te hacía esa
pregunta.
Una mañana desperté con el sol apagado y hasta
de lágrimas,
Y la brisa de cada mañana se detuvo
Entre el cielo y la madrugada,
Tus ojos … se quedaron dormidos,
Y tus manos, apretando muy fuerte a las mías,
Mientras tus brazos, abrazaban al silencio de esa mañana.
Ha pasado tanto tiempo … Pero ¿sabes algo?
Aún recuerdo tus ojos cerrados
Y una pequeña lágrima, que por ellos discurría;
Una mañana desperté
En medio del silencio mientras te abrazaba,
Te hable y te llamé, y te gritaba con tantas
ansias,
Pero creo que no me escuchabas,
Y debió ser por tu hermoso cabello negro,
Que ocultaba a tus oídos, como pétalos en
flor, no anunciada.
Una mañana desperté, y soñé con tus palabras,
Soñé que me respondías, y también me
alegrabas,
Cuando decías, que jamás nos haríamos falta,
Porque yo vivo en ti, y tú lo harías en mi
Alma.
Ahora, ando por cada vereda donde decía lo
mucho que te amaba,
Y corto cada tallo de flor en plena madrugada,
Para llevarla a tu mesa de noche,
Y al abrir tus ojos … con ella misma
despertaras.
Me pregunto en esta madrugada aciaga y tan
canalla,
Que será hoy de mi vida, porque acaso, me
haces demasiada falta,
Y no tengo tu mirarme extrañada a mis ojos,
Para decirme mientras sientes el fondo de mi
Alma,
Que no tenga miedo, porque aún tú me amas,
Y el silencio de cada mañana, solo es un día
menos,
De aquellos pocos que me faltan.
Desperté una mañana, sobre una almohada muy
blanca,
Era tu regazo, mientras acariciabas muy
dulcemente mi mirada,
me había quedado dormido, esperando por ti
como cada mañana;
Esa mañana desperté … contigo como fue ayer,
Y comprendí entonces que, solo basta amar con
el Alma …
Para estar unidos para siempre.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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