De la fuerza,
que impulsa la vida,
en el núcleo latente que vibra,
se desprende lo noble que aviva,
el amor que en el fondo germina.
La nobleza se agranda cautiva,
de la sabia emoción que culmina.
La razón que seduce a la vida,
del amor se alimenta atrevida.
Una eterna pasión que levita,
sobre el ser que defiende la vida.
De la hoguera,
que en brasas transciende,
las cenizas al viento perdidas,
el rescoldo que queda silente
esperando que despierte el día.
Un suspiro latente germina,
esperando encontrar la salida.
De lo cómplice,
que sueña el cariño,
en la vida tal vez sumergida,
la verdad se desliza en los labios,
transportando belleza en sus sílabas.
Permanente corriente que mana,
del amor que en pasión se desliza.
Una cálida luz ambarina,
que a la vida sonríe sin prisa.
De la fuente de eternas caricias,
de la piel que en la sangre cautiva.
Lisonjeras palabras de aire,
que se quedan bailando en la brisa,
en las venas latiendo se quedan,
para dar a la vida armonía.
Del amor,
que se sueña y se aprende,
en matices se tornan los gestos,
que dibujan latidos que sienten.
La mirada que abraza y seduce,
de la vida que el iris refleja,
de los ojos sin fin se desprende,
la belleza que la vida embebe.
Una voz que se acuna en los labios,
semillero de bellas canciones,
el amor rebosando en los dedos,
se declama en la tierna caricia.
Un murmullo de cómplices rimas,
deleitando los sordos oídos.
El amor se ha quedado en los ojos,
para ver la verdad en la dicha.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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