Lame la mar las orillas,
sin parar peina la arena,
Como la pena no frena,
la pasión y la esperanza.
El amor el alma besa,
sin esperar al mañana,
como acaricia la brisa,
las caras a las que alcanza.
Cada grano de la playa,
bebe del mar que le abraza,
sin parar sala sus carnes,
con la sal de sus entrañas.
Roza la mano que mima,
con los dedos de la calma,
la piel que tiembla sin miedo,
en su vibrante templanza.
Queriendo vibra la nota,
ser caricia, ser aliento,
la voz que al ser apacigüe,
apelando a su talento.
Quiere sembrar de sonidos,
la nota el silente aire
y dar voz al afligido,
para que el dolor se calle.
Mesa el aire las espigas,
que obedecen sin desaires,
al viento que las abate.
Yerguen sus esbeltos talles,
orgullosas y tenaces,
cual las alas el halcón,
cuando va surcando el valle,
majestuoso en su plumaje.
Silenciosa la caricia,
nace, vive y se deshace,
dejando a su paso huellas,
como sutiles señales.
En la mirada se queda,
observando lo que nace,
en la piel se torna cálida,
si vive para quedarse.
Lame la mar a la arena,
con el ímpetu que sabe,
o la arrastra con sus brazos
y el salitre de sus carnes.
Tempestuoso el amor,
atrapa, seduce y arde,
como una hoguera infinita,
en la eternidad que yace.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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