Ella, del mundo, la más bella y no la tengo
y más se estrella mi querella rota y rota.
Al verla, deseo tenerla y me contengo,
y sangra mi pecho deshecho gota a gota.
La quiero y me muero por ser suyo y más suyo.
Me sostuve aunque estuve ajado y derrotado,
Yo la quería y todavía gritaría, con orgullo,
cuánto la amo, aún me proclamo enamorado:
Ay, su sonrisa es la brisa de la pradera,
y sus sabios labios son de néctar de miel,
y sus ojos y sonrojos, mi vida entera,
quisiera me vieran otra vez de esa manera.
Mas la realidad no tiene piedad y es cruel,
yo sé que, al día de hoy, ya no soy ese hombre
aquel
que prendiera y desprendiera sus prendas de
lino
que probara y degustara de esos sus besos
de mosto, tan regosto, tan de dulce vino.
Qué triste fuiste, destino, pues aunque camino
me duelen los pasos, sus abrazos, los huesos,
y ni el acaso ni el hado, ni algún suceso,
querrá, sucederá para volver a ser
lo que fuimos y nos dimos en el ayer;
lo que hicimos y vivimos yo y esa mujer.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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