Nacimos pensando que el diablo es el malo
Que mata, que envenena con su dulce canto
Que sus ojos azules no pueden generar llanto,
Que sus latidos no importan tanto.
Que el “Míster D” es el santo
y que, por un suspiro, lo saco de lo alto
¡Prefiero tragar espinas
a creer tal mentira!
¡Prefiero que las pesadillas
formen parte de esta agobiante sinfonía!
¡A quién le importa la tristeza del diablo!
¡a quien le importa su cuadro manchado!
¡A quién le importa el ángel más amado!
El dolor del pobre ángel
no se compara ni con un cuchillo ardiente
o con piezas rotas de su corazón latiente.
Pero a quien le importa Lucifer
Sí todavía tiene que seguir pintando con el
pincel
y de esos trazos seguir fluyendo cual
carrusel.
¡A quién le importa la tristeza del diablo!
¡a quien le importa su rostro manchado!
¡A quién le importa las alas del ser
despreciado!
Él nos mostró el amor
y lo único que escuchamos fue seducción
Él nos dibujó lo hermoso
y lo transformamos en obsesión.
Y por nuestra ambición
Él desobedeció
y como castigo
Descendió cual hoja en otoño
Cual gota de sangre en el olvido.
¡A quién le importa la tristeza del diablo!
¡A quién le importa su rostro manchado!
¡A quién le importa el odio del ser amado!
El tiempo fue testigo
de cómo sus alas...
poco a poco perdieron su brillo;
Los minutos vieron
como sus lágrimas derraman frio
Y los segundos...
notaron como su tic tac tomó un desvió.
¡A quién le importa la tristeza del diablo!
¡A quién le importa su semblante manchado!
¡A quién le importa las estacas del ser
despreciado!
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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