La noche era serena, tranquila,
satisfecho de la vida plácido dormía.
De repente alguien a mi aposento irrumpió,
sigiloso al lecho mío se encaramó.
Somnoliento la mano estiré.
un cuerpo al lado palpé.
Les aseguro que miedo no tenía,
Empecé a trastear,
de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo.
¡Sorpresa! era un cuerpo de mujer.
En mis adentros elucubre,
¿A mi costado una mujer?
vaya, que hice, que a mis años
la vida me premia con una bella dama,
porque de pronto con ternura me abrazó,
en la boca depositó cálidos besos,
en el Olimpo me sentía.
Los abrazos eran fuertes, tan fuetes,
que la respiración me obstruía.
Debo confesar que, en ese momento,
la empecé a adorar, iba a ser mía,
toda la eternidad.
En un instante me encontré,
en una colosal oscuridad,
caminando de la mano de ella,
sobre un inmenso camino en forma de un ocho,
Inmerso en el oscuro infinito de la nada.
Sentía que me caía, ella me detenía.
¿Será mi último sueño?
¡Quizá! ¡Tal vez!
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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