Te encontrabas mirando la lluvia
a la sombra de un árbol de cedro;
y empapado tu rojo vestido,
ceñía tu cuerpo.
Sonreías sintiendo las gotas
que besaban tus húmedos senos;
y exhalaba perfume de nardo,
tu cálido aliento.
Titilaban tus ojos castaños
con el brillo de hermosos luceros;
y llegando a las fibras del alma,
me hicieron su reo.
El fulgor de tu faz inspiraba
a cubrir tu figura de besos;
y libando el dulzor de tu boca,
viajé por el cielo.
Recordar tu sonrisa radiante
es ahora el más dulce recuerdo,
que dejaron las gotas de lluvia,
del tórrido invierno.
Tus miradas, tu voz, tus caricias,
se quedaron grabadas por dentro;
y en la noche tranquila y serena,
tu aroma lo siento.
Y me dice el sereno rocío
que tú fuiste de amor un velero;
que llegó de lugares ignotos,
en alas del viento.
Es por eso que ahora que llueve
y la lluvia golpea mi techo,
me imagino tu cuerpo mojado,
debajo del cedro.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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