Ensordecedor gemido,
que del interior emana,
como la Tierra, que brama,
brutal su penoso grito.
Doloridas sus entrañas,
en sus quejidos vomita,
la furia que la desgarra.
No se detiene la voz,
de quien reclama justicia,
ni se callan los sin voz,
si por ellos hay quien grita.
No se acallan los rumores,
que en el corazón palpitan,
por la sinuosas mordazas,
del represor que castiga.
Nada silencia al poeta,
que trasciende entre las rimas,
derramando lo que tiene,
sin frenos ni cortapisas.
El verso flota en el éter,
sobrevolando entre heridas
y no frena su cantar,
ni la más vil de las vidas.
Semillas quiere la tierra,
para su sangre cautiva.
Graneros en su regazo
y en su vientre quiere vidas,
que nazcan vivan y mueran,
sin carencias ni desdichas.
Amor sus seres desean,
para sin dolor vivirlas.
Nace el retoño en la rama,
como un brote que respira,
una luz entre tinieblas,
soñando que es carne viva,
la tierna piel que renace,
de la que muere y claudica.
Un verso que no se olvida,
retoñando entre las rimas.
La voz se quedó en el aire,
infinitamente viva,
en los ecos suspendida,
para que nada la calle,
tan bella es su melodía,
que hasta el trueno se retrae.
Voces que estando dormidas,
entre los labios renacen.
Amor que vive y respira,
aunque no se oiga a quien hable.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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