Yo me quedo con lo que me quedo.
Tus muletas para andar, no necesito.
Eres mi cuerpo, lo sé,
pero yo soy el rey.
Dicto las reglas, aunque te empeñes
en pegarme tus achaques
y te vengues de mí,
maltratándome el cuello y las caderas,
fastidiando mi estómago,
tumbándome en el piso
con tu pistola de años,
para obligarme a decir que soy un viejo.
“Es un asalto”, dices.
De dolores te lleno
y te obligo a evadir la fuerza prepotente de
la vida
cuando taimado esperas la luz para pasar en la
avenida
o evitas que alguien, veinte años por debajo
de tu edad,
te restriegue el otoño por la cara
con atlético desparpajo,
mientras que una bala no lo alcance
y sea tan inútil como tú.
¡Ah, cuerpo inquisidor:
yo me declaro hereje!
No tengo edad para aguantar tu prepotencia
hipocondriaca.
Detesto los ay que se agolpan en mi boca.
Ando ligero, aunque tú me detengas
y me llenes de miedo.
Ah, cuerpo inquisidor:
soy un confinado de tu decadencia
y lo peor, es que pretendes
obligarme a renunciar al buen vino,
el baile, los amigos;
el derecho de amar y ser amado.
Ya sé: te choca como vibro.
Deteriorado estás y poco a poco,
te vas poniendo viejo
y no sé si me quede en otro cuerpo.
¡Ah, cuerpo inquisidor yo me declaro hereje!
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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