Mientras la tormenta amaina,
se acentúan los sonidos,
camuflados cuando brama,
así, en la apacible calma,
se oye el grito del vencejo,
surcando veloz la nada.
El nervio tenso se afloja
y es más clara la mañana.
Ideas que descubrir,
nadando en aguas tempranas,
con la pasión en la sangre
y la ilusión de encontrarlas.
En la vorágine el núcleo,
el origen de la savia,
debatiéndose entre golpes,
para conseguir la calma.
La voz que se va pautando,
como las notas de un arpa
y el tono sigue escalando,
para alcanzar el mañana,
sabe que el tiempo es efímero
y que son muchas las ganas.
La voz alcanza su cenit,
para salvar la palabra.
Sombras que vienen y van,
átonas de negras trazas,
sombrías como las simas,
de las más oscuras grietas.
Oscuridad que te abraza,
como un grillete que aprieta,
Grises como las palabras,
que ladinamente suenan.
Amar sin pedir a cambio,
sin promesas ni premisas,
el tono pausado y noble,
como una voz que acaricia,
templanzas en la intención
y sinceridad sin prisas,
como dádivas anónimas,
sin remitente ni firma.
Secretos que descubrir,
camuflados entre risas,
en las aviesas sonrisas,
en las miradas ladinas.
La vista directa y sólida,
como te mira la vida.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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