No se detiene el viento,
aunque falte el aliento.
Es viajero el talento,
que trasvasa los tiempos,
de momento a momento.
No es posible el reencuentro,
si la intención se pierde,
como se pierde el verso,
si no sufre y conmueve.
Se plegaron las hojas,
que escritas se quedaron,
olvidadas reliquias,
que el polvo las sustenta.
Del libro de los sueños,
solo queda la rima,
de olvidados recuerdos.
Un soplo de esperanza,
al fin sobrevenida.
No hay suspiro que brote,
sin que la sangre viva,
vibrante en los latidos,
la carne estremecida,
el galopar constante,
del corazón que gima,
con un nuevo retoño.
Una ardiente corriente,
eléctrica y cautiva.
Se quedaron sin nombre,
los reos y las ninfas,
presas en el alambre,
de la espesura misma.
Sobrecogido el ánimo,
sin sustancia exprimido,
en la apariencia mística.
Doloroso sentido,
que sin dudar se olvida.
No hay un norte sin luna,
ni una brasa sin humo.
Ni sabor que no sepa,
si es almíbar su jugo.
No hay frontera sin pena,
ni pesar entre rejas.
No hay amor sin condena,
en su hermosura eterna.
Se fueron como entraron,
con las bocas abiertas,
aspirando la vida,
a bocanadas llenas.
Emprendieron la huida,
los que odiaron sin pena
y una luz cristalina,
en la entreabierta puerta.
Amor de madrugada,
con sabor a canela.
En la bella alborada,
donde la vida cela.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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