Detrás de las paredes,
se esconde el miedo,
en ínfimas fisuras,
donde anida al acecho.
Rostro sin boca y ojos,
oscuro cual la sima,
donde vive el secreto,
donde el temor se acuna.
Una helada corriente,
cual heladora bruma,
ha calado en los huesos,
como un puñal hiriente.
Se refugia en el miedo,
en el terror latente,
donde muere el deseo,
donde el frío se hiende.
Cuando mira la Luna,
adornada de estrellas,
sonríe ladinamente,
con la boca entreabierta.
De sus ojos de noche,
una luz se ha escapado,
en las cálidas sábanas,
donde quien sueña duerme.
Perdida entre los pliegues,
se ha quedado una estrella,
para alumbrar la vida,
que entre los sueños medra.
Ya se mira por dentro,
con la febril pericia,
de quien por dentro brilla,
entre el amor y el miedo.
Dolor que llega,
con el amor entero.
Abrazado a su cuerpo,
como un garfio al velero.
Unidos, siempre unidos
como el hambre al sustento.
Una densa amalgama,
de seda y arpillera.
Amores que seducen,
otros cuentan las cuentas,
del largo de su cuento.
Orates los amores,
que avasallan el cuerpo,
otros más sigilosos,
navegan mar adentro,
en las plácidas aguas,
de un tranquilo mar quieto.
Amor de primavera,
que alcanza hasta el invierno,
que supera los ciclos,
de los días inciertos.
Amor que sabe dónde,
cuando y en qué momento.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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