Con alma desnuda y limpia
le ofrecí mi amor gigante
que vibraba trepidante
en mi numen soñador.
Era mi pasión la lumbre
que iluminaba el camino
que marcaría el destino
de aquella ilusión en flor.
Escribía mis poemas
con la brisa del anhelo
que me hacía ver el cielo
con magnífico esplendor.
Mis rimas iban labradas
de místico sentimiento
que viajaba a sotavento
en la barca del amor.
De los rayos de la luna
extraía cada verso
que pintaba mi universo
lleno de luz virginal.
Mi corazón de poeta
la miraba insuperable
con la sonrisa impecable
de un arcángel celestial.
En mi sueño contemplaba
su mirada tan serena,
que cual bella Thania
mis venas hacía arder.
En su cuello alabastrino
su negro pelo caía
donde brotaba poesía
que inspiraba gran placer.
Ella fue la bella diosa
que soñaba conquistar
y por siempre venerar
con el fervor más ardiente.
Mi deseo era tener
sus hechizos florecidos
escuchando los latidos
de su cuerpo efervescente.
Pero a veces en la vida
los sueños tan solo son
la romántica canción
del corazón solitario.
Se perdieron entre brumas
los fulgores del encanto
que fuera el precioso manto
que me sirvió de sudario.
Con el viento se marcharon
las esperanzas forjadas
que nacieron esmaltadas
por un inmenso querer.
Mi lira una vez sonora
ha quedado muy silente
por la gran pena inclemente
que ha destrozado mi ser.
Ahora como un zenzontle
cuyos trinos se rompieron
porque al dolor sucumbieron
cansados ya de llorar;
paso el tiempo meditando
en lo amargo de mi historia
que guardaré en la memoria
como el más triste soñar.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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