Podría iniciar diciendo, que lo mejor del amor es que sea de otro, que sea ajeno y no irrestrictamente nuestro, sería un planteamiento audaz, pero mentiría, porque el amor tiene competencia fisiológica y como tal, se hace natural en la entidad humana, no solo desde el principio biológico individual que envuelve a cada ser, sino también desde la percepción del elemento de juri en modo colectivo, donde los humanos, se asocian para cohabitar alrededor de intereses comunes.
En los registros de las cosas conceptuales y
no tangibles, el amor, antecede a la muerte. No por la simple interpretación
literal del significado de la existencia como cosa orgánica, sino por su
deducción lógica, al suponer, que no somos capaces de amar todo lo que
existe. Pero todo lo que existe, es
susceptible de morir, incluso una piedra, (que es una cosa física ya muerta)
puede volver a morir, puede morir —aún más— de lo muerta que ya padece.
Partiendo de la premisa de que la muerte implica desaparición del espacio, y
renuncia a la interacción dinámica temporal. Si una roca es fragmentada,
micronizada, pulverizada de tal manera que sus partículas alcancen propiedades
volátiles y evaporables. Estamos presenciando la muerte de algo ya muerto. De
allí que el carácter meta orgánico de la muerte, es en todo caso posterior a la existencia; y sí
el amor, es efímero, circunstancial y orgánico (Absolutamente imperfectible y
perecible) desde luego que es necesaria
su existencia primaria, para posteriormente, como toda cosa física o conceptual
extinguible; morir.
La muerte no antecede a nada, de ser así, nada
tendría la factibilidad de existir.
El amor por el contrario, es un germen primigenio, se manifiesta antes de
la vida y después de ella, está presente en todo simiente creativo adoptando
bifurcaciones emocionales de diversas
nomenclaturas, puede que no esté en todas las instancias de los objetos que
pueblan el universo, pero es necesaria su presencia; por eso digo, que lo
mejor, es cuando es de todos los que nos miran, de todos los que nos persiguen,
de todos los que nos aniquilan de todos los que nos esclavizan … de todos. Pero
estoy mintiendo; también quiero, dentro de esa insuperable mortalidad del amor,
que sea mío.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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