Leve suspiro,
que al verso inquieta,
hoja que tiembla,
cuando está en blanco,
la pluma al aire,
versátil saeta,
que va vibrando,
que casi acierta.
Se va quedando,
sinfonía incierta,
entre los dedos,
resbala y medra,
que roza el ánimo,
que no se aquieta,
la febril mano,
si el verso empieza.
Armoniosa la cadencia,
de la regular latencia,
que en un instante se altera,
que en un segundo se quiebra.
La mano en el aire,
piensa, inviernos y primaveras.
Amores que ya pasaron,
furtiva la mente etérea.
En el núcleo de la Tierra,
quiero mis veros guardar,
al abrigo de tormentas,
donde puedan madurar.
Que soñando cada letra,
entre fantástica y real,
no desfallezca ni muera.
Va amainando el vendaval.
Tierna nota que denota,
ternura en el corazón
o fiera estrofa de ira,
aflorando a flor de voz.
Inquietas las manos giran,
como remolinos blancos,
al socaire del dolor,
el aliento torna pálido.
Se abre al aire la razón.
Veloz la pluma cautiva,
mira al rostro sin pudor,
asoma su faz sin prisa.
De espinas va protegida,
la rosa hermosa y sencilla.
Leve mirada que brilla,
sobre el huidizo papel,
como una huidiza brisa.
Verso de amor,
que torna a dolor y risa,
que vive, fenece y grita,
que con el rimar asombra,
sucediéndose las páginas,
preñadas de luz y sombras.
Al declamar, ya sin voz,
en sus vapores termina.
Pensamientos que se van,
atrevidos otros vendrán,
que se vuelven a marchar,
dejando trazas sinceras
o vacilantes quimeras.
Tiembla el pulso,
mientras el verso se expresa,
pleno de profundidad.
Suave latir,
de un suspiro,
que se veía venir,
en niebla envuelto,
sin miedo,
latente en su devenir.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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