Sobre ese mármol frío,
marmóreas sensaciones,
heladas emociones,
congeladas ideas.
Una opaca mirada,
en la velada cara,
donde un rostro vacío,
de recias expresiones,
se congela en la nada,
seco cauce sin río.
Locuras enlatadas,
de variopintas flores,
sobre normas estrictas,
de ágiles vendedores.
Solo queda la prisa,
si la mente se encoge.
Una leve sonrisa,
entre seres sin nombre.
La batalla creciente,
del hombre contra el hombre.
Una luz se vislumbra,
en la gélida niebla,
donde el aire se espesa,
donde la voz se quiebra.
Una franca sonrisa,
se adivina en la sombra,
de la sombría neblina.
La indeleble caricia,
perenne se prodiga,
en la agitada Tierra.
Corazones ausentes,
presentes entre rejas.
Viajero impenitente,
allende las fronteras,
de su fluida mente.
En sus pasos cadentes,
se complace la brisa,
envuelta la figura,
en un Sol envolvente,
cada huella una esquirla.
Fragmentos de cordura,
maniatados se fueron,
suspirando entre brumas,
unas gotas del alma,
un bálsamo que cura,
en la estepa que abrasa.
Una luz cegadora,
oculta la mirada,
encubre la locura.
Un amor que comienza.
Cenitales amantes,
sobre la piedra dura,
en la pétrea estructura.
La corriente continua,
del cariño naciente,
una rosa en la tundra,
floreciendo sin dudas.
El amor recurrente,
de una vida sencilla,
en la maraña oculta.
El águila no sabe,
de rejas ni fronteras.
Palabras lisonjeras,
de unos labios de bronce,
no subyugan ni medran,
no salvan ni seducen.
El ave no conoce,
de mentiras ni ofensas,
en su verdad no esconde,
ni odios ni querellas.
Volverá la ternura,
abierta entre los goznes,
de las cerradas puertas.
Un leve fisura,
que la vida atraviesa,
una hermosura innata,
de locura y cordura,
en la pupila nítida,
de unos ojos que hablan,
en sus lágrimas místicas.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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