A ti, mi padre del alma,
te digo desde el silencio
que tu ausencia es disfrazada
por un velo de recuerdos,
que te fuiste una mañana
sin despedidas de duelo.
Nunca caído en arrojo,
mi padre yace sereno
sobre una cama de plomo,
sobre una almohada de hielo.
Mi padre gritó muy hondo
y su voz calló a los viento.
Luchaste contra la muerte
sabiendo que ibas desnudo,
luchaste con el coraje
del mejor quinto del mundo,
sin corazas ni atalajes
y de lanza, el orgullo.
Te adentraste en mil caminos
con forma de galerías.
Hollaste el más alto pico
del monte de la alegría
y venciste a los abismos
y a las sombras de la mina.
¡Cuánto ejemplo en tus acciones!
¡Más cuánta consagración!
Te llevas lo que los hombres
debieran mostrar a Dios,
entrega sin condiciones
y principios de Señor.
Te vas porque te has de ir,
porque el vigor no es eterno.
Nadie te ha visto morir
porque no mueren los buenos.
Suena un toque de clarín:
¡Abridle paso a los cielos!
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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