No sabe el corazón de condiciones,
sabio en pasión y en emociones,
de viejas sensaciones se alimenta,
es terco, radical y latiendo atormenta,
hasta la locura puede amarlo todo,
galopar desbocado cual corcel loco.
Un solitario lobo ajeno a las razones,
un mar embravecido o generoso.
Amor sin techo, sin puertas ni barreras,
amor desesperado envuelto en la marea,
de canas adornado o voraz como un fiera,
amor transcendental y apasionado,
amor sin Luna y Sol, entre tinieblas.
Amor furioso, celoso impenitente
cuando se une a la afilada mente ,
gigante poderoso, derriba las fronteras.
Abraza el corazón al inocente
y al desvalido sin dudar se ofrece,
crece el latido si el sentimiento crece,
se agranda al contemplar como amanece.
Su voz es el tañer de una campana,
golpeando el campanario de su pecho,
es más puro el amor cuando está lleno,
de ternura y pasión siempre latiendo.
En desacompasada letanía late inmerso,
en un universo de penas y alegrías
y a veces, queda preso en la armonía,
en los compases de lejanos recuerdos.
Transita en los lugares más recónditos,
sin miedo y sin pudor, su latir vibra,
como ebrio bailarín baila y se alivia,
en las sábanas de su deseo insatisfecho.
Corazón enarbolando su desprecio,
ajado en su interior como un pellejo,
odio interior prestado sin remedio,
por envidias y celos, terror y miedos.
Eterno vagabundo, errante por el mundo,
viajero impenitente en un leve equilibrio,
sin mediar condición a otros sigue,
a otro corazón inmerso en su delirio.
Rebelde corazón que se alimenta,
de amor y de pasión, de magia y de quimeras,
como un acordeón se ensancha y mengua,
de sobresaltos y de locuras tiembla,
como en un vendaval una pavesa.
Amor, que sin piedad, al corazón abrazas,
con la fuerza de un dragón, que en llamas
habla,
órgano musical cuyas notas se alteran.
De sangre corazón o de madera,
de amor forjado o esculpido en piedra.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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