En el verde atardecer,
cuando el sueño se refleja,
bailan luces como estrellas,
en los ojos y en la piel.
Baña la sombra el reflejo,
del lentísimo crecer,
tañe el laúd el quehacer
y la refleja el espejo.
Canta el mirlo a contraluz,
negra sombra en el contraste,
trinos perfectos que saben,
de la vida y de la luz.
Melodía que se desliza,
como imaginario alud,
de matices concernida,
su cristalino decir.
Tornan colores y voces,
voces que mudas estaban,
vistiéndose de colores.
Mudo el eco, en la distancia,
amanece en el silencio,
como ráfaga de viento,
como bálsamo que amaina,
como un suspiro silente.
Saber que sabe de miedos,
como de saber se siente,
la penalidad del reo.
Saber que sabe la mente,
que busca luz en los huecos,
donde se esconde el secreto.
La pena al llegar se hiende,
entre la mente y el cuerpo.
Cantares entre los gritos,
como silbidos latentes ,
que enmudecen los chillidos,
torna el cantar en quejido
y el grito huye vacilante.
La voz conoce el sentido,
del tono de sus latidos,
del suspiro sugerente.
Fresca aurora que renaces,
resplandores entre sombras,
luz cenital cegadora,
que descubres los caminos.
Blanca aurora de la mano,
del alba que huele a instinto,
aromas de nuevos retos,
nuevos senderos y ritos.
Tierno abrazo que acaricia,
con el perfume del tiempo,
sabe del tiempo la vida
que a la faz conoce y mira.
Roza la sombra el momento,
bañado en luz y consuelo
y es más tierna la sonrisa,
si es más amable el recuerdo.
Vibra el junco en la tormenta,
en el vientre vibra el miedo,
amor que sintiendo anida,
en los más arcanos huecos.
Se desliza como el agua,
en el cristal del deseo,
se agacha pero no humilla,
la esencia que lleva dentro.
El amor lo invade todo,
como el odio rompe el verbo,
como crece la semilla,
entre las grietas por dentro.
El mundo sigue girando,
aunque se vaya muriendo.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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