miércoles, 9 de septiembre de 2020

ERES LA LUZ QUE MI OSCURIDAD NECESITA.

Habitando en el vacío me entere que la tarde de ayer pasaste por mi estudio, que estuviste revolviendo todos mis recuerdos, buscabas aquella palabra que se cayó de tu oído y que no logró su voz, ni movió el sentimiento que siempre te erizaba la piel cuando la ponía en tu oído y resbalaba por tu cuerpo desnudo, como carretera costera, que recorría tu península.

 

Me hubiera gustado verte, saber de tu vida, volver a disfrutar de tu sonrisa y que me arropara tu pelo suelto, que me contaras de aquel atardecer que te pusiste como arete, cuando nuestra barca se averió antes de llegar a ser poema y luego Tú te pusiste a jugar con la desgracia, convirtiendo en fiesta la tarde, la noche y al amanecer terminamos revolcados en un final feliz.

 

Siempre fuiste así, como una Diosa dueña del universo, que sabias poner la letras en mi guitarra, el acento en la palabra y tu mano sobre mi hombro cuando  la inspiración se escondía y tu palabra sabia, en tiempo y forma pidiendo calma y dejar que fluya, ir de una pena al desconcierto y volver con una risa, no era fácil para esos pequeños duendes de piernas cortas.

 

Tu decías que las desgracias tienen piernas largas y corren en lugar de caminar, que el vino tinto tarda en resolver nuestras dudas y que el ginebra, es como la entrega inmediata, sube corriendo a las desgracias y borra los malos recuerdos aunque otro día nos duela el suspiro y los labios resecos de la noche anterior, no retoñaban ni con un beso frio de madrugada, si no estabas tú.

 

Me gusta caminar junto a tu sombra las noches oscuras y dejar que la luz de tu corazón nos alumbre y que nuestros pasos pongan el pie en cada estrella que vas tumbando con tu canto y que al llegar la madrugada pongas en mi frente todos los amaneceres que no pudimos disfrutar esa noche y que un canto de ángel te prometió, que el día tendrá su momento.

 

Cuando me visitabas de tarde, Me gusta esconder mis lentes y pretextar una ceguera, para que me leyeras lo que había escrito la noche anterior y que corrigieras con un beso la palabra mal escrita y que camuflajes en una metáfora el sentimiento faltante para que volviera sobre mis letras y corrigiera el atardecer y esperar con calma el amanecer luminoso que esperaba.

 

 

 

 

Autor

Antonio Carlos Izaguerri.

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