Habitando en el vacío me entere que la tarde de ayer pasaste por mi estudio, que estuviste revolviendo todos mis recuerdos, buscabas aquella palabra que se cayó de tu oído y que no logró su voz, ni movió el sentimiento que siempre te erizaba la piel cuando la ponía en tu oído y resbalaba por tu cuerpo desnudo, como carretera costera, que recorría tu península.
Me hubiera gustado verte, saber de tu vida,
volver a disfrutar de tu sonrisa y que me arropara tu pelo suelto, que me
contaras de aquel atardecer que te pusiste como arete, cuando nuestra barca se
averió antes de llegar a ser poema y luego Tú te pusiste a jugar con la
desgracia, convirtiendo en fiesta la tarde, la noche y al amanecer terminamos
revolcados en un final feliz.
Siempre fuiste así, como una Diosa dueña del
universo, que sabias poner la letras en mi guitarra, el acento en la palabra y
tu mano sobre mi hombro cuando la
inspiración se escondía y tu palabra sabia, en tiempo y forma pidiendo calma y
dejar que fluya, ir de una pena al desconcierto y volver con una risa, no era
fácil para esos pequeños duendes de piernas cortas.
Tu decías que las desgracias tienen piernas
largas y corren en lugar de caminar, que el vino tinto tarda en resolver
nuestras dudas y que el ginebra, es como la entrega inmediata, sube corriendo a
las desgracias y borra los malos recuerdos aunque otro día nos duela el suspiro
y los labios resecos de la noche anterior, no retoñaban ni con un beso frio de
madrugada, si no estabas tú.
Me gusta caminar junto a tu sombra las noches
oscuras y dejar que la luz de tu corazón nos alumbre y que nuestros pasos
pongan el pie en cada estrella que vas tumbando con tu canto y que al llegar la
madrugada pongas en mi frente todos los amaneceres que no pudimos disfrutar esa
noche y que un canto de ángel te prometió, que el día tendrá su momento.
Cuando me visitabas de tarde, Me gusta
esconder mis lentes y pretextar una ceguera, para que me leyeras lo que había
escrito la noche anterior y que corrigieras con un beso la palabra mal escrita
y que camuflajes en una metáfora el sentimiento faltante para que volviera
sobre mis letras y corrigiera el atardecer y esperar con calma el amanecer
luminoso que esperaba.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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