Qué triste sentir la huida,
que gris se enturbia la vista
como se fruncen los labios,
ante la pena infringida,
que pasiones derrochadas,
cuanta entrega sin salida.
Los colores van cambiando,
en irisaciones vívidas
y el valor se va fundiendo,
con el miedo que se enquista.
Amor en sedas envuelto,
de plata y oro bordado,
de jazmines coronado,
soplo eterno deseado,
que flota en el Universo.
Luz de infinitos colores,
de gestos tornasolados,
impregnado de deseos,
envuelto en sutil misterio,
al albur de las pasiones.
Cambia la vida al instante,
un invisible destello,
un tornar irrefrenable,
que devuelven los espejos.
Interior que se conmueve,
se yergue al temblar el vello
y es voluble la existencia,
en cada sutil momento,
La vida torna y retorna,
hacia lo humano y lo eterno.
Que solo se queda el verso,
en la vorágine oculto,
como se pierde su aroma,
difuminado entre efluvios,
como pierde la fragancia,
si solo prima el insulto,
como se va diluyendo,
en los cerebros caducos.
La rima sigue su curso,
entre párrafos, a su ritmo.
Arropada entre algodones,
entre alabanzas y lujos,
se regodea la avaricia,
en su engolado discurso,
sin piedad sobrevolando,
viendo de soslayo al mundo.
De vino y rosas envuelta,
se regodea la riqueza,
a espaldas del inframundo,
no da a la codicia tregua.
Entre los gestos matices,
para dar forma al sentido,
salvando las cicatrices,
de cicatrizadas llagas.
La faz de surcos trazada,
como roturados huertos,
en los ojos reflejados,
cada vívido momento.
Silueta en lívidos labios,
mostrando los sentimientos.
La Luna se da la vuelta,
el Sol se asoma en el cerro
la vida latente sigue,
entre arrozales y almendros.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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