Parecían unos niños
con sus carteras llenas de libros
y de lápices de colores,
pero en realidad, dice alguien,
eran unos hombres adultos,
niños viejos que jugaban a profesores
y a alumnos
en el pueblo,
bajo la supervisión
no demasiado concienzuda
de sus madres.
Y había también un perro
grande, un perro lobo,
que asustaba a los niños
ladrando con feroz ladrido,
el perro Rocco, un pastor
alemán italiano de origen.
Y un descampado enfrente
donde crecían las moreras
altas y verdes, y cargadas de moras,
por su altura intratables,
y los niños apedreaban las ramas
para que cayera
el fruto hasta sus pies rodando.
Y estos niños adultos festejaban
en grupo la caída
de la fruta del árbol
con loco alboroto,
“los racimos de moras, en efecto”,
dice alguien con miedo, esperando a ver,
al final, hacia dónde se inclina la balanza.
“¿Y qué pasó con los frutos,
tan negros, tan jugosos?”
Lo cierto es que desaparecieron.
Se alejaron un día con pie destemplado,
hasta desparecer por lontananza.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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