Aunque no crea en el destino,
si creo en el atardecer,
el oscuro anochecer,
el final inevitable,
al término del camino.
No temo el fin de la carne,
de cada paso que de,
no haré dolor, sino brillo.
Praderas que recorrer,
en el despertar y el sueño,
en lo vivo y el recuerdo,
entre pasiones de ensueño,
realidades de papel.
Pernoctar en los secretos,
transitar entre los huecos,
que deja el amanecer.
No llega hasta el infinito,
el verbo que carne fue,
ni da más de si el reflejo,
de la sombra unida a mí.
No se extiende en el olvido,
lo que se graba al vivir,
ni es más sincero el espejo,
si no me da lo que fui.
Tenues notas como motas,
que como gotas rebotan,
melodiosas chispas átonas,
que al caminar se transforman,
como luciérnagas locas,
presas en una mazmorra,
que no pudiendo salir,
contra las paredes chocan.
Tibios pensamientos flotan,
como pavesas sin rumbo,
al vaivén que late el mundo,
en su errante respirar.
Como suspiros se van,
no se sabe a qué lugar,
ni si van a lo profundo,
donde habita la verdad.
Aunque en la magia no crea,
si hay magia en el corazón,
que late sin ton ni son,
al albur del sentimiento.
La imaginación al viento,
que en la magia se recrea,
como cambia la visión,
la magia de la belleza.
No se alarga lo que medra,
en ponzoñosas pasiones,
ni es mejor la servidumbre,
que levantar la cabeza.
Al mirar de frente llega,
a lo más hondo del bosque,
no va más lejos el Hombre,
que se queda en la rivera.
Amor que arde como hoguera,
no perdura si las ascuas,
mueren en cenizas secas.
La mente es una viajera,
que se pierde entre las sendas
o encuentra el camino a ciegas.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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