Quisiera ser la pitanza,
el sustento que hace falta,
el necesario alimento,
para la hambruna que grita,
para las resecas bocas,
que sus derechos reclaman.
Quisiera ser el consuelo,
paliar la desesperanza.
Ojos que miran de cerca,
otros aviesos se apartan,
miradas que se detienen,
otras apáticas pasan,
mirando pero sin ver,
la vida sin esperanza.
Ojos que pasan de largo,
mirando y no viendo nada.
Caminante sin sendero,
que entre vericuetos anda,
sorteando las arañas,
a las encubiertas trampas.
Andante de los caminos,
que de tanto andar se gastan,
pasos, pisadas, latidos.
Las huellas quedan grabadas,
en el libro del destino.
Senderos sin caminantes,
bocas secas, sin sustento,
cuerpos sin el alimento,
que la natura reclama.
Caminante sin camino,
pues sus andares coartan,
con rejas y laberintos.
Almas sin rumbo pululan,
ahítas de sinsentidos.
Amor que sigue la senda,
que dejaron los ancestros,
llenos de sabias palabras.
Pasos grabados a fuego,
en crisoles de esperanza.
Amor que extiende los brazos,
abrazando a quienes penan.
Generosas las ofrendas,
ennoblecidos los lazos.
Se va acercando la aurora,
como un tragaluz que flota,
ente grises nebulosas,
el alba a la luz asoma,
con su belleza sonora.
Se marcha un claro de Luna,
huyendo por la ventana,
mientras comienzan los cánticos,
trinos que anuncian andanzas.
El cielo de fuego viste,
como la vida resiste,
lo embates que la aguardan.
No hay un resquicio vacío,
en cada instante que pasa.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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