Es cómplice quien silencia,
culpable quien ejecuta
y reo de los desmanes,
quien aplaude a quien calumnia.
Necias voces que susurran,
bajo los párpados, ojos
con el odio en las pupilas.
Verdugo quien ajusticia.
Espero, espero y espero,
soledad de la conciencia,
terremotos en los ojos,
rayos en la duermevela.
El Sol cuajando los órganos,
la voz rompiendo la tierra,
con el alma atribulada,
en una sonata efímera.
La lluvia lava los músculos,
de la sangre que la aferra
y no se detiene el mar,
que brama como una fiera.
La vida se ha hecho la dueña,
de la corriente maestra.
Luz que divide la vida,
como centro, la tormenta.
Fuerzas telúricas saltan,
mágicas mentes se unen
y en las sombras de la noche,
sueñan sueños quienes sufren.
Soñar, soñar que quisiera,
que no haya hermanos que sufren.
Líricas voces cantando,
corales voces que fluyen.
Hogar de los arrabales,
junto a castillos de nobles,
de noblezas de hojalata,
que con el tiempo se pudren.
Suenan trompetas de pánico,
entre la podrida herrumbre,
se refleja en los cristales,
el hambre que la delata.
La nieve cubre la piel,
como una manta que encubre,
sofocando las pasiones,
que en los placeres sucumben.
La flor marchita en los ojos,
como pétalos de hiel,
deshechos como jirones.
No hay en la boca aguamiel.
Silencia el trueno el dolor,
el amor succiona el miedo,
caricia, es una canción,
como el beso una reliquia.
El sol llenó de color,
la oscuridad de aquel día
y el amor vibró en la voz,
con una bella armonía.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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