En un círculo infinito,
giran la sombra y la luz,
vida y muerte, muerte y vida,
giran sin parar eternas,
como un terráqueo planeta,
que sobre sí mismo gira.
Caleidoscopio sin fin,
realidades sempiternas.
Girando como una noria,
ilusiones y quimeras,
una rueda imaginaria,
matizada por la vida.
La envolvente sinfonía,
la giratoria memoria,
la rueda, que rueda y gira.
El aleteo de las hojas,
castañeando en el aire,
aplausos de pensamientos,
como furtivas palomas.
La flor bailando entre brisas,
bailarina con corona.
La sombra abraza a la rama,
la rama al árbol se arrima.
Las gráciles gotas saltan,
del vapor que se evapora,
y se barnizan los rostros,
con el frío de la aurora.
Roncos cantan los vacíos,
de las vacías gargantas
y se balancean los flecos
de las tupidas pestañas.
Se para el tiempo en la carne,
de la misma carne mana,
de la carne se alimenta,
la carne de las entrañas.
Vuelve y retorna la sangre,
en un devenir de fábula
y en un parpadeo se cierran,
bocas, puertas y ventanas.
Vuelan pétalos aéreos,
de los corazones rotos,
mientras sueñan los recuerdos,
mecidos por los antojos.
Surca la idea la conciencia,
en su esencia sumergida
y se desatan los nudos,
de los entreabiertos ojos.
Un manto de pura estima,
cubre la faz de la aurora,
destellantes luces prístinas,
versos de hoy y de otrora.
La vida y el amor riman,
una cadencia que llora.
Sollozos en la memoria,
lágrimas de amor que bordan.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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