Verdades de cartón piedra,
razones de celofán,
gestos y muecas grotescas,
en una faz de metal.
Sabe más un animal,
que cien mentes que vegetan.
Inmerso en un lodazal,
hoza el necio sin vergüenza.
El mar creció en la marea,
tiembla la tierra en su enojo,
crece el viento en la tormenta
y la lágrima en el ojo.
Viste la alegría de fiesta,
vive el esclavo al antojo,
del patrón que le flagela.
La heroína se revela.
Desde su atalaya mira,
desde su podio vigila,
el rico se refocila,
en la torre en la que medra.
Catalejos de ignorancia,
que solo ven lo que alcanza,
la rapiña que le infecta.
Soliloquios en la estancia,
para serviles promesas.
Las vidas en un candil,
alumbrando lo que pasa,
tenue luz que se adelgaza,
con la lacra de su fin.
La vida es un sin vivir,
que desespera y desgasta.
Revivir lo que hace falta,
amor, paciencia y templanza.
En lagos, ríos y mares,
torrentes, saltos y arroyos,
la impetuosa catarata,
va arrastrando los despojos,
de las desdichadas almas.
Perdidas ente los ojos,
las bellezas que se plasman,
en una Luna de plata.
Amor de filos y esquinas,
de redondeces que ablandan,
de dulces y tibias rimas,
rojos sueños de mañanas,
de caricias acolchadas,
de cómplices letanías,
entre sábanas y almohadas,
preso y libre cual la vida.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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