Lejos queda el corazón,
si la lágrima es de cera,
mano que no agarra vuela,
como alas de un halcón.
Beso que en el aire queda,
en pro de otros labios besa,
vacío de aliento y amor,
caricia que no se acerca.
Mil años en un segundo,
cuando un instante es eterno,
un momento que es pequeño,
una fracción es un mundo,
un latido una pasión,
perder la vida un silbido,
un suspiro una canción,
amar un soplo infinito.
Pasa sin ruido, sin prisa,
en su lento caminar,
deshoja la margarita,
piensa, razona y medita,
en la calma se arrebuja,
en su interior se cobija,
dando al pensamiento cita,
para volar y volar.
Risas con sabor a miel
y sonrisas de amargura,
como miradas de hiel,
que no ven, pero torturan.
Mente abierta a la locura,
en un corazón infiel.
El rostro como el papel,
delgado y lleno de arrugas.
Lejos queda la razón,
que en la mentira se olvida,
fatigada singladura,
que el corazón acelera,
dolorosa la partida,
que deja el alma abatida,
sumida en la desazón,
veloz se escapa la vida.
Unas luces al final,
donde la verdad respira.
Un suspiro se avecina,
un destello cenital,
que tenuemente ilumina,
una lejana colina,
henchida de claridad,
de sensaciones ahíta.
Amor que vive y palpita,
que renace entre las ruinas,
cuando la brasa se aviva.
Un susurro que cautiva,
en un feroz vendaval.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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