martes, 20 de octubre de 2020

LA SANGRE SABE LOS NOMBRES.

Los ojos abiertos bailan,

bailarines de puntillas,

al ritmo de las pestañas,

rítmicamente vigilan.

Como dos amaneceres,

la luz refracta la vida,

hondas cuencas los acogen,

vivaces son las pupilas.

 

Deshojando las verdades,

flor que al mirar se deshoja,

como un rosario de cuentas,

del hilo que las engarza.

Profunda sabiduría,

que las cadenas aflojan,

que a las razones liberan,

libres presas reprimidas.

 

El sendero queda lejos,

entre colinas sin vida,

canciones que llegan sordas,

rajando como cuchillas.

Verde sombra entre lo negro,

del amor que vive y grita.

Senderos entre las notas,

transitados de rodillas.

 

El corazón se acelera,

fuego ardiente en las orillas,

mensajero de emociones,

correo de las noticias,

del sentimiento que habita.

Sepulturero de sombras,

gladiador de las mentiras,

timonel que al ser impulsa.

 

Como luciérnagas brillan,

en la oscuridad profunda,

y van señalando el rumbo,

por el camino que habitan.

Las emociones se suman,

como rimeros se apilan

y van dejando señales,

en cada paso que brilla.

 

Amaneceres de alondras,

regazo de las delicias,

abanico de los aires,

de vientos que no claudican,

en la titánica fuerza,

del vientre que las sublima.

Auroras de nuevas vidas,

emergiendo de las sombras.

 

La vida cruzó la puerta,

fértil rayo en la tormenta,

entre algodones y riscos,

entre caricias y espinas.

La sangre sabe los nombres,

de las penas y alegrías.

 

 

 

 

Autor

Antonio Carlos Izaguerri

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