No quiero premios ni honores,
quiero sentir el perfume,
de la tierra que me absorbe.
La flor prendida del aire,
en mis ojos recreándose
y una brisa que me traiga,
justicia para los pobres.
La ciudad quedó desierta,
engullida en los vapores,
calidoscopio embustero,
del ojo que no ve todo.
La boca abierta a la savia,
que huele pero no llega,
la verdad entre bastidores,
el miedo abriendo la puerta.
Sonajeros en las ramas,
de la oscilante conciencia,
que va y que viene o no lleva.
Se van quedando desiertas,
las tierras de sus cosechas
y va emergiendo la mugre,
de las cloacas que la infectan.
Las plegarias no cosechan.
No quiero fama ni dádivas,
que quebrantan las ideas,
halagos ni falsas loas.
Quiero lúcidas justicias,
sin coloridas banderas,
miradas claras y nítidas,
no quiero falsas quimeras,
andar con la gente honesta.
Se va quedando desierto,
el culto a la Madre Tierra,
al pensamiento profundo,
a la cultura sin rejas,
a la verdad que se añora,
a quien al mirar se espanta,
de ver vacío en las cabezas.
Se van quedando desiertas.
No quiero auroras sin luz,
ni noches sin Luna llena,
no quiero amores de ensueño,
quiero amor de pura cepa,
aferrado al sentimiento,
ensimismado entre ideas.
Volcar los versos cual fuente,
sin lacras que los infectan.
Se van quedando desiertas,
las calles como las venas,
de la sangre perfumada,
que en la atmósfera se airea.
Sobrenadando en la noche,
el amor abre la puerta,
entrando como un poseso,
para llenar lo que queda.
No quiero dádivas huecas,
quiero lucidez y ciencia.
No quiero falsas plegarias,
ni amor que se quede fuera.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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