Inviolable la alegría,
impertérrita la sombra,
inacabable la vida,
que en si misma se transforma.
Inalcanzables las horas,
que transcienden cada día.
Son más certeras si nombras,
sin nombrar la vida íntima.
Recuerdos de la niñez,
volver el rostro hacia atrás,
sentir el viento en la nuca,
el vendaval que te empuja,
la brisa que te acaricia.
Remembranzas de las risas,
que bailan en la memoria.
Gira impasible la noria,
gobierna el timón el tiempo,
crujen desgastados huesos,
como oxidados reflejos.
Chirrían viejos conceptos,
chocando con nuevos celos,
y se desnudan las ganas,
de caducados recuerdos.
Mar que atraviesas el mundo,
bañando de sal su cuerpo,
purificadora esencia,
alentando los anhelos.
Aventuras en los ojos,
vestidos de la cordura,
que la locura desnuda.
Luces en el inframundo.
Canciones en el desván,
reliquias entre los dedos,
como madejas se hilan,
los intratables deseos.
El grande pisando al chico,
el reto que vive dentro.
Noches aciagas de sueños,
entre las mieles y el cieno.
Se van quedando sin pan,
los que se miran de lejos,
vientres sonoros que gritan,
bocas abiertas al cielo.
La voz quedándose sola,
pues solo suena por dentro.
Salvas de fuegos dañinos,
reptando por el respeto.
Reparte amores el tiempo,
con tentáculos de hierro,
y va desgranando sueños,
como quien guarda un secreto.
Amor que impregna de júbilo
o seduce sin saberlo.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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