Cerrar el vació que te llama,
beber de la conciencia que reclama,
sentir de la inocencia, fértil llama,
de los amores, digerir su esencia.
Así, seguir viviendo en la inocencia,
de la temprana vida que comienza.
Amar desde el valor, que impele,
la vida en su extensión, y su mirada.
Sentado en el pretil de la nostalgia,
soñar sin despertar en la espesura,
de penar, de amargura y de fragancia.
Volver sobre los pasos de la luna,
desaprender bebiendo de la cuna.
Una gota de luz, un torrente de magia,
un manantial de auroras y de albas.
El murmullo del agua que te cura,
una emoción sentida y espontánea.
La vida en su devenir, de por si extraña,
como una extensa y sutil telaraña,
entretejida de verdades y añagazas,
fiero volcán o apacible mañana.
De sortilegios cosida la esperanza,
zurcida de colores, variopinta, adornada.
Vergel o árido desierto ausente en nada,
una sombra fugaz, una profunda calma.
Partir por la mitad, unir las almas,
oler y respirar, de placer despertar,
sentir la brisa abrazando la cara,
aspirar con fruición tierra mojada.
Mirar la inmensidad del océano,
la Naturaleza dejarte sin palabras.
Así el atardecer será mañana,
la noche será, cada día más clara.
Doblar la esquina, donde vive el alma,
oír los manantiales, en su rumor retándola,
retando a la ignorancia y a la rabia.
Volver al corazón, ausente a veces,
amando cada instante en cada etapa,
de la vida que llega y la que marcha.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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