Se han vestido de ocre,
otoño enardecido,
al verde de la hoja, desteñido,
de ceniza pintada,
la enamorada aurora.
Más dulce sabe el beso,
en la inmensa variedad,
que embelesa y asombra.
La suave claridad,
mirando absorta,
liba de las pasiones,
entre vapores brota,
sorprendente y hermosa,
la vívida realidad,
que a bofetadas llora,
entre efluvios carnales.
La lágrima, a raudales,
para limpiar la vida,
servidumbre borrosa,
ensimismada y nítida,
una flor arrancada,
del vientre de la tierra,
deprimida y cansada,
en busca de verdades.
Unas cuerdas sollozan,
de los ágiles dedos,
cual versátil paloma,
entre arpegios se acuna,
sobre la rosa ama,
de su genio transforma,
a la vida enamora,
en el amor se asoma.
Cabellera de bronce,
brillando entre el follaje,
cascada de penumbras,
de plateado ropaje,
se viste y se desnuda,
sin recelo en el traje,
del otoño que vibra,
de la pasión que arde.
Vorágine fundida,
en gestos fantasmales,
confusa y atrevida,
se ha quedado la boca,
enfebrecida y sola.
El viento a coletazos,
airados vendavales,
amor a flor de piel,
caricias a retazos.
Se quedó entre suspiros,
el amor tiritando,
y comprendió la vida,
sueños y realidades,
el corazón en vilo,
viviendo apasionado,
de ecos ancestrales,
de infinitas señales.
De otoño hecho,
en hoja transformado,
quedó el amor,
entre la brisa amado.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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