No sabe la locura de las penas,
envuelta en los vapores de la mente,
no sabe de conjuros quienes penan,
ni sabe de traiciones la inocente.
Sabe de complacencias el ausente,
que de lejos indolente solo mira.
No sabe lo que exhala quien respira,
ni el beso por sí mismo lo que siente.
Corren los tiempos,
veloces como efímeras estrellas,
caminos tachonados de querellas,
de prisa envueltos,
en furia empaquetados.
Una rosa perlada se abandona,
y ajada se conmueve,
y se despierta,
la voz apasionada que destella.
Con la luz necesaria,
entre las sombras medra,
un verso en primavera,
que progresa,
un amor suspendido,
la vida intransigente,
que se agrava.
El templo de la vida derruido,
piedra a piedra,
componiendo la falacia,
y piedra a piedra construido.
Verde oliva en las praderas,
vida y sangre preñadas,
auroras desarboladas,
entre la bula y la hambruna.
Tenor de tonos de altura,
que entre vidas van sonando,
las penas y las fortunas.
Mientras, quedan segregadas,
las miserias, una a una.
De traiciones no sabe el animal,
si de nobleza,
que no es noble quien bosteza,
mirando de reojo a quienes penan.
De rojo se ha vestido la pereza,
de rojo de vergüenza.
Más sabe más el sabio sin pensar,
que mil necios en la escuela.
No sabe el amor, tan solo ama,
sumergido en su existencia,
pasajeros del tiempo,
viajan los amores, en primera,
mientras quedan los odios,
en profundas trincheras.
Si sabe la vida que nos lleva,
del cuerpo que a sus hombros lleva.
Amar sin compasión,
y con pasión asceta,
que sabe el corazón de melodías,
y sabe de tristezas.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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