Solo es ruido sin acento,
sonidos entre los vientos,
solo un amago de voz,
sonido entre fatuo y yerto,
se burla de la razón,
no contiene sentimiento,
la voz, solo es condimento.
Melodía que al borde llegas,
de oídos de fatuos necios,
e impregnas de vacuas notas,
mente, orejas y cerebro.
Canción de sonido a lata,
que como una perorata,
suena a oxidados cencerros.
Canciones que al centro llegan,
cuajadas de sentimientos,
y van desgranando notas,
como ágiles sonajeros,
canción que en la cuna acunas,
retoños de puro tiernos,
y que envuelves con tus tonos,
los más armoniosos versos.
Trueno que al ser ensordece,
y al más débil aniquila,
sonido que salva vidas,
bramido que llama a voces,
tormenta que se desata,
presa en recios alaridos,
y vendavales que silban,
tronando en lejanos cerros.
La voz acaricia o mata,
señala, acusa o delata,
ruido que atraviesa el alma,
con el amor de por medio.
Silenciosos los amores,
gañidos o escandalosos.
Voz que olvida o exonera,
voz caprichosa de enredo.
Amores de carnaval,
pendencieros y folclóricos,
amores de pedernal,
que abrazan como cerrojos.
Amores de terciopelo,
como de seda sus dedos,
y palabras cual candil,
que alumbran negros senderos.
No escucha, tan solo oye,
como una lejana brisa,
perdida en el horizonte.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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