Salvando las distancias,
el poderoso salta,
con las alas forjadas,
con la sangre de otros,
en su poder cabalga,
y en la hambruna se sacia,
arrebatando todo,
lo que su vista alcanza.
Una música se oye,
en un remoto silencio ,
donde el corazón es puro,
donde es puro el talento,
el silencio que te abraza,
la muda nota que atrapa,
el silencio que se siente,
en lo profundo del alma.
Si el viento supiera el tono,
que sale de las entrañas,
lo llevaría al infinito,
para que el tiempo cantara.
La cosecha sería nuestra,
serían nuestras las palabras,
y el yantar sería de todos,
fuere cual fuese su raza.
Que no se rompan los puentes,
que a la libertad conducen,
y que se partan las penas,
por la mitad si es posible.
Que no se callen los pobres,
y que el silencio no calle,
que no se esfume la vida,
como el aliento en el aire.
Figuras de porcelana,
frágiles manos sin nombre,
esqueletos que deambulan,
ojos tallados en bronce,
semblante que de hambre habla,
boca que entreabierta llama,
con el silencio cuajado,
de la pena que arde y clama.
Una tonada se oye,
allende la mar salada,
y los nervios se desgarran,
cuando la corriente arrastra,
la fuerza del poder hunde,
el empuje no descansa,
y se quedan en silencio,
en el estío las cigarras.
El sol se ha vuelto de espaldas,
y entre las nubes la luna,
se asoma, más no es de plata.
Los ojos miran al cielo,
y en el suelo la mirada,
encorvada la cerviz,
por el fardo que la aplasta,
cae rendido el infeliz.
Amor que anida en el hambre,
amor que no tiene nombre,
amor, que aún entre las herrumbres,
se eleva entre las desgracias,
amor entre las miserias,
que a su pesar, se levanta.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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