Desde el latente corazón,
sabe el latido,
del sentido y la pena,
late según el son del sentimiento,
del importante matiz de su latencia.
Y es su latir,
una melódica o alocada canción,
que sobresalta o serena.
Turgente corazón,
que se desboca o frena,
en el pecho sus golpes,
ensancha la emoción,
y es tanta la pasión cuando golpea,
que infla las venas,
en su ímpetu arrollador,
y sale al exterior cuando el amor llega.
Corazón, que latiendo se condena,
al impulso irrefrenable de la vida,
late apaciblemente,
o se sale del pecho en su carrera.
Es tanta la emoción, cuando se altera,
que hasta nace el sudor,
la lágrima se licua y se desvela,
a las mejillas, llega la pasión.
Corazón de algodón o de madera,
grosero o sutil, libra o condena,
son sus latidos como sentencias,
o voces que anuncian el perdón,
de tal manera,
que es juez o sanador,
que alivia o impertérrito desprecia,
sabe también, de hambres y miserias.
Ardiente corazón, que ríe y llora,
acompasados gritos cuando afloran,
armónicos latidos que perdonan.
Sabe de fantasías el corazón,
que sin saberlo se enamora,
y es tan voluble su canción,
que, a veces, quiere reírse y llora,
pero enseguida, se aprende la canción.
Latente corazón, que en su mazmorra,
va de la realidad a la ficción,
a veces, se amodorra,
más, casi siempre, se abre al exterior,
y es el amor que se acomoda,
a cada latido, de su febril canción.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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