Atornillado al pasado,
anclado entre los prejuicios,
vive quien no evoluciona,
en sus egos sumergido.
Lo que cambia no es el tipo,
es la mente la que avanza,
saliendo del estribillo,
mirando hacia el horizonte,
los ojos en lontananza.
Pesadillas en las notas,
altisonantes los gestos,
variopintas las palabras,
en cada paso un soneto,
soñar para luego verlo,
con ojos de realidad,
en las verdades inmerso,
en la cristalina esencia,
de fidedignos derechos.
No evoluciona quien cede,
a todos los argumentos,
sin pretender la verdad,
convirtiendo su cerebro,
en un desván polvoriento.
No evoluciona quien duerme,
sino quien sueña despierto,
volar saliendo del cuerpo,
buscando la libertad.
Aferrado a sus recuerdos,
vive en su pasado inmerso,
clavados los pies al suelo,
girando en el mismo círculo,
preso en ajados conceptos,
divagando en bucles viejos,
no evoluciona ni crece,
vive en su cuerpo encerrado,
de su propia mente reo.
Nada vive y permanece,
todo cambia, todo muta,
excepto quien sólo piensa,
en que su andorga este llena.
Todo se transforma y vira,
todo transmuta y permuta,
no avanza, quien extasiado,
da la senda por perdida,
y estático se fustiga.
Amor que queda enquistado,
que no creciendo se achica,
que no se abraza a la tierra,
para crecer con la misma.
Amor de flácidas alas,
que sin remontar, claudica.
Amor que tan fuerte es,
que nace de las cenizas.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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