El viento huele a sudor,
la brisa sabe a cenizas,
sabe a venganza el dolor,
y a tolerancia el amor.
A miel saben las caricias,
el respeto a honestidad,
y deja un sabor dulzón,
quien alaba por demás.
A papel sobado sabe,
quien acumula riquezas,
sabe a rancio quien recula,
a agrio huele quien caduca,
hay quien sabe a desazón,
porque divaga y no acierta.
Olores de corazón,
que huelen a húmeda tierra.
Vivir pisando con fuerza,
sin aplastar lo que crezca,
sentir del verso el aroma,
que perfuma las ideas,
y el denso olor del amor,
que hasta a la noche despierta.
Vivir oliendo a justicia,
a respeto y a conciencia.
El viento huele a sentencia,
sabe el sabio a la respuesta,
el necio a ignorancia sabe,
y el cobarde huele a miedo,
a sabiduría la ciencia,
y a la razón el filósofo,
de la vida y sus contiendas,
de asuntos del corazón,
sabe quien ama de veras.
Huele a imagen la mirada,
cuando mirando se expresa,
y a emotividad también,
cuando es amor sin sorpresas.
Sabe a verdad quien se abraza,
a quien está en la miseria.
Huele a heroína quien se entrega,
sin medir las consecuencias.
En fin, que huele quien medra,
cuando a si mismo supera,
y entrega sin esperar,
ni melladas ni prebendas.
Quien ama, sabe al amor,
que en su corazón se gesta,
y el olor que así desprende,
sabe al espacio que llena.
Vivir con el corazón,
sin dejar atrás la mente,
que un fuerte lazo se apriete,
alrededor de los dos,
un recio y profundo abrazo,
que siga la misma senda,
que trascienda y se complete,
se refuerce y se conmueva.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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