jueves, 11 de febrero de 2021

DISFRACES, CARETAS, MÁSCARAS.

La máscara se desprende,

desvelando su secreto,

rostro forjado en acero,

esculpida la mirada,

con el puñal de un guerrero,

ojos de negro diamante,

gestos tallados en ébano,

faz bruñida en el crisol,

de fundida masa ardiente.

 

Como hojas en otoño,

que de los árboles penden,

secas y ocres se abaten,

a la voluntad del viento.

Como caretas se caen,

como la noche se ciernen,

sobre la luz vespertina,

como el ocaso se esconde,

en sus faces ambarinas.

 

Vestidos de celofán,

ropajes de seda y oro,

barnices que ocultan dolos,

espejismos en los ojos,

simuladas intenciones,

matizadas con adornos.

La faz oculta detrás,

de una enrevesada máscara,

de aparente dignidad.

 

Pintó sobre el lienzo humano,

facciones de humanidad,

con los pinceles de astucia,

que dan las mortales armas,

más trasciende la avaricia,

que de los poros emana.

Se percibe en las maneras,

y en el pestilente hedor,

de su escondida estulticia.

 

Enmascarado el respeto,

tras ladinas vestiduras,

perfumadas las axilas,

embadurnadas las manos,

con potingues de botica,

en una grasa melena,

engrasada con gomina,

en maneras viperinas,

de camufladas sonrisas.

 

Fue cayendo la careta,

se fue descubriendo el fondo,

donde habita la vileza,

y no cubren los afeites,

el rictus de su alma necia.

La voz es bronca o amable,

según la ocasión convenga,

y hace arrumacos al vil,

al vil metal que le ciega.

 

El amor y la inocencia,

rompen el disfraz de cera,

que encubre la verdadera,

imagen de la violencia,

la verdadera impostura,

las encubiertas maneras,

las intenciones auténticas,

y las razones rastreras,

de un corazón que se agrieta.

 

Solo el amor da la vuelta,

al pellejo de la ira,

a las falsas apariencias.

 

 

 

 

Autor

Antonio Carlos Izaguerri 

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