Murmullos parecen gritos,
y sonrisas carcajadas,
son mudas ciertas palabras,
ojos que sin verte miran,
vestimentas que simulan,
muchas trampas encubiertas.
Una mano por el hombro,
en la otra mano la daga,
y una despreciable mueca.
No se conforma el ladrón,
ni se resigna tampoco,
quiere acapararlo todo,
llevarse también la hacienda,
si puede, la dignidad.
No le basta al predador,
con arrebatar el pan,
quiere, llevarse además,
lo de hoy y lo que venga.
Caminos que transitar,
a veces, de espinas llenos,
otras veces de algodón,
pero, casi siempre ásperos.
Te roba el frío el aliento,
el calor te quita el sueño,
y si el amor sobrevive,
rompe el hielo y al calor,
a aire fresco le reduce.
Aferrado a la garganta,
está el miedo prisionero,
preso el aliento en los labios,
el latido como un reo,
en el pecho se acobarda.
El verdugo enfebrecido,
con el poder en sus manos,
no solo humilla, se jacta,
de arrebatar hasta su alma.
Gritos que simulan voces,
que son meros alaridos,
murmullos cual griteríos,
que no es rumor, ensordecen,
ofensas que así parecen,
como gélidos consuelos.
La voz alterada siente,
que se va del pensamiento,
y que los demás no entienden.
Senderos que recorrer,
aunque sea abrupto el paisaje,
aunque sea agreste el camino,
aunque la vida se canse,
dar pasos, aunque sean débiles,
cada huella al caminar,
en cada senda se grave,
con la fuerza de un titán,
que un paso al otro de alcance.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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