Partió por la mitad,
sin darse cuenta apenas,
como quien corta el aire,
con el filo mortal,
de un doloso desaire,
y al ver la levedad,
de semejante pena,
con la sangre de sus venas,
unió las dos mitades,
Nítida realidad que abofetea,
sacudiendo airada,
la vacua necedad, que vive plena,
que se ufana y recrea,
ufano el necio aplaude,
desesperadamente a la riqueza,
al poderoso besa,
los pies de barro y lodo,
con febril insistencia.
Gira la noria sin parar,
entristecida euforia,
como la rueda rueda,
por la pendiente efímera,
absorta en su ceguera,
rodando a algún lugar,
y no se sabe donde.
Eterna necedad,
de quien se esconde,
de su ser, por detrás.
Se ha bañado de oro la pereza,
el lastre se ha quedado,
podrido entre las grietas,
emanando el pestilente hedor,
de ricas vestimentas.
De ríos de lodo,
se ha cubierto la tierra,
no puede respirar,
en su ferviente enojo.
Partió por la mitad,
sin darse a penas cuenta,
la vida y sus conjuntos,
y las costuras tensas,
como rígidas cuerdas,
parecen reventar.
Se ha ensordecido el mundo,
tapando la verdad,
sin un susurro, sin poder escuchar.
Se ha agrietado la voz,
más queda un hilo,
un cabo al que se aferra la ternura,
y así la criatura,
levanta la cabeza,
y acaricia la duda que la aterra.
El amor, como un bálsamo,
ha bañado la pena,
ha resuelto el dilema.
Partido el corazón,
en mil pedazos late,
cada fragmento siente,
cada pedazo sueña,
el múltiple latir, vive y enseña,
para sobrevivir,
que cada parte anhela.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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