La Tierra grita furiosa,
ante el castigo infringido,
nadie escucha su lamento,
en sus quehaceres sumidos,
no quieren oír sus gritos,
que de las entrañas nacen,
priman más las letanías,
que son cantos de sirenas,
que ciegan mente y sentidos.
Violentas voces se alzan,
de rencor profundo llenas,
no admiten palabras sabias,
ni otras razones sinceras,
el odio anida en sus ojos,
que miran de otra manera,
suenan aires de venganza,
en sus perdidas cabezas.
Muchas mentes se aglutinan,
para buscar cauces nuevos,
necesarios argumentos,
que conformen una idea,
que despeje las conciencias,
que rompa la vida errática,
que aliente las mentes presas,
en recurrentes nostalgias.
No hay lágrimas que soltar,
ni suficientes los ríos,
de sollozos en las ciénagas,
el hedor provoca nauseas,
que a los más sabios infectan,
son palabras sincopadas,
que reclaman metas nuevas,
que en un grito se revelan.
El cielo rompe a llorar,
lagrimas grises y negras,
mira desde su atalaya,
y no puede contener,
el torrente de sus lágrimas.
Se acerca el amanecer,
por fin llega la alborada,
desprendiendo gotas mágicas.
Un atisbo de esperanza,
en duermevelas se escapa,
bajo una luz cenital,
observa al mundo, que brama,
sumido en la cruel vorágine,
que el mismo mundo creara,
descabezados los sabios,
de mentes privilegiadas,
como posesos sonámbulos.
La Tierra a gritos reclama,
mentes sabias de templanza,
respeto a raudales quiere,
más valor, menos palabras,
más amor propio y conciencias,
que asuman sus propias fallas,
que se conciencie al retoño,
sea ley la palabra dada.
Con desespero nos grita,
la Tierra seca, agostada,
desde las grietas profundas;
Que sea el amor la palabra.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
No hay comentarios:
Publicar un comentario