Duerme tranquilo el cachorro,
ajeno a las desventuras,
y en sus sueños se desnudan,
las innumerables vidas.
La paz serena se olvida,
cuando la sangre se agita,
presa de la calentura,
cuando es audacia la prisa.
El corazón se desboca,
huye el verbo en estampida,
la voz se agrieta perdida,
entre los labios que vibran.
Sosiega el tiempo la herida,
y el amor en su vaivén,
altera, muerde, apacigua.
El cuerpo cruzó la puerta,
leve sudor que le perla,
en los ojos siempre brilla,
el sentimiento que habita,
en la mansión clandestina,
del efervescente gozo.
La pausa así tranquiliza,
cuando es caricia y no ira.
Temores que se concitan,
en la garganta y las tripas,
fajando el nervio se reta,
la avalancha que gravita,
y entre las sutiles tretas,
vence el amor, no el terror,
aunque de la mano vivan,
aunque juntos sobrevivan.
Vive agitado quien nace,
vive el soñador sin prisa,
y entre los dos se hace vida,
se resuelve la ecuación.
El verso trepa a la cima,
donde la vida subyace,
no hay nada en el corazón,
que su locura no alcance.
Temeroso vive el ser,
en su deambular constante,
pendiente de los quehaceres,
inmerso en la pesadilla,
lleva repleto el zurrón,
de recuerdos de otras vidas,
y no renuncia en su entrega,
de dar cuerda al corazón.
Vive tranquila la vida,
si no es voraz la ambición,
que marca su día a día.
El auténtico valor.
Vive en las cosas sencillas,
en el noble corazón.
Una voz, una caricia,
un amor que dulcifica.
La vida es un diapasón,
que al ritmo que vive, vibra.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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