De la vida que pasa y no frena,
a la injusta e inútil condena,
del aroma que emite la rosa,
al hedor de las palabras huecas,
a la peste de mentes enfermas.
De la vida que nace y se crea,
al hermoso nenúfar que flota.
No resiste la enconada pena,
la caricia que rozando alienta.
Una flor en el jardín destaca,
entre miles de otras flores bellas,
es más largo su tallo y más firme,
son más bellas sus hojas y pétalos,
y su olor es tan denso que llena,
de perfume la carne y las venas,
no se rinde si el viento la alcanza,
no se parte si el vaivén arrecia,
no se arruga, ni su aroma cesa.
Canta el mirlo y su trinar si llega,
a los huecos más negros y hondos,
a las oquedades mucho más recónditas ,
a las mentes marmóreas y pétreas,
a cabezas más recias y prietas,
a los inhóspitos abismos de la tierra.
No se rinde su cantar ni espera,
a que pase el tiempo, tampoco se arredra,
cuando sin cesar, su figura tiembla.
Se ha dormido la ola en la arena,
ha cesado la recia tormenta,
se apaciguan los airados gritos,
de la vida que a la calma increpa,
de la tierra que ensancha las grietas.
Se ha quedado sin agua la acequia,
y el labriego sin tiempo se queda,
ya perló de sudores su frente,
en el trágico estío que le seca.
De la idea que al sonar pervierte,
pues de su origen, ya no queda esencia,
a la sombra que alargada medra,
en atomizadas y esclavizadas mentes,
que sin parar, aletargadas quedan,
en sí mismas silentes, como muertas.
Rosa que no florece en la reseca tierra,
en la estepa de su raíz desértica,
de su color vahído que se pierde.
Se ha despertado el viento que levanta,
ya el amor lo ha resuelto,
ya los gritos al fin se despiertan,
ya las voces, no se quedan yertas,
ya ruge el silencio, en las bocas resecas.
El tiempo, ya azota las conciencias,
ya sabe el corazón, que es el momento.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
No hay comentarios:
Publicar un comentario