La soledad se queda entre las luces,
a contraluz la vida se desplaza,
y las livianas sombras son matices,
de la vida profunda en que se halla.
Ya asoman las antiguas cicatrices,
a fuego en el recuerdo remarcadas,
reflejos de las sombras y las luces,
marchamos de la vida ya pasada.
Mirando al interior se ven las luces,
ideas, verdades y mentiras,
tantos aciertos y errores latentes,
en la amalgama inmensa de la vida.
Las penas se quedaron desprendidas,
de cada amanecer de cada noche,
e intensas emociones que gravitan,
bañando sentimientos y pasiones.
Del interior ya fluyen, ya se olvidan,
renacen, se recrean y se abducen,
se asientan, se refuerzan, se diluyen,
y van quedando alientos, los residuos,
de la vida que transcurre, como un río,
un río de realidad y fantasía,
difuminadas y agrandadas aventuras,
envueltas en verdades y mentiras.
La vida se ha quedado entre las rimas,
sospechosamente ufana y atrevida,
bailando sobre lienzos que destilan,
efluvios de pasión como reliquias.
Amores que se acuñan entre risas,
entre palabras quedas y caricias,
el tiempo se llevó las desventuras,
el tiempo trajo ausencias sin premura.
Amores de vaivén que desafinan,
amores de verdad, que siempre riman,
Amores de cartón y de cristal,
que más que amores, son latidos,
y no saben de amor, solo cohabitan.
Amor que queda impreso, que palpita,
que siente y que resiste las heridas,
ausentes corazones sin sentido.
La rosa unida al tallo se sostiene,
enorme la pasión que los coaliga,
real como la hiedra que se aferra,
a la piedra que cede su materia,
inanimado muro la sostiene,
materialmente hermano que la cuida.
No hay corazón más grande,
que aquel, que se entrega sin medida.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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